
Por Rafael Pabón – 17 de abril de 2020.
Ya perdí la cuenta de los días. Deben ser muchos. Empiezo a desesperarme. Ya hasta el ruido de las cacerolas a las 7 me molesta. Aquí no solo son las cacerolas, son las bocinas, las alarmas y los gritos eufóricos del confinamiento. Ayer salí de noche a comprarme algo. La calle estaba desierta y desolada. Me siento más seguro de noche. Quizás nuestra vulnerabilidad se hace menos visible o las noches son más livianas. Llevo días sin ver noticias. La última vez habían muerto 749 en un día. Decidí no ver más. Llevo semanas sin dormir de corrido. Tengo ojeras de jubilado. Me faltan las chancletas y el Bermuda de cuadritos. Quiero dejarme una barba como la de Forrest Gump, salir a correr hasta el Central Park y mear detrás de un arbusto. Eso sería salir de la rutina. O tomar el tren hasta el Washington Square Park y jugar dominó con un extraño en mascarilla. Ya me cansan el ruido de las ambulancias y la comida saludable.Tengo una marca en la cara por la mascarilla que me hace ver como un sicario colombiano. A pesar de todo eso, estoy vivo. Tengo una empleada que perdió su padre el lunes por el Virus. Otra perdió su tía, primas, hermanas, de todo. Tengo tres que se infectaron y los llamo todos los días para saber cómo están. Ya están reclutando voluntarios para entrevistar infectados. Si no hay voluntarios empezarán a llamarnos a todos. Nos dan equipo para no infectarnos. Todos tenemos miedo. Pediré asilo político en Culebra o me escondo en la Perla por un tiempo. No sé. Ya veré.

Rafael Pabón
El autor es un escritor puertorriqueño que cultiva mayormente el género de la crónica. Reside en la Ciudad de Nueva York donde trabaja para el gobierno de la Ciudad en el Área de servicios de Salud Mental.