
Por Eugenio Hopgood Dávila
Mi sueño era plácido después de una noche de intenso jangueo sabatino en la plaza que es el centro de nuestro apartamento. Entre vinos y humos un cantante entonaba su repertorio usual de canciones de Silvio, de Juanma (así le digo a Joan Manuel) Nino Bravo y algo de la vieja trova de boleros, acompañándose con su sonora guitarra Takamine de la cepa de 1974. El cantante soy yo, como dice Rubén pero al revés ¿pero quién más? y el auditorio, que hace caso a medias mientras teclea en su compu y a veces aplaude, canta o sencillamente sonríe, es Laura, que según la estadística, constituye el 50% de la población del hogar. Hay casa llena.
Mi sueño es pesado a las 9:29 de la mañana además porque el sábado había sido un día de considerable ajetreo. Me tocó ir al supermercado de la vecindad en mi carro con tablilla none y por estar tecleteando y entregando escritos a mi editora de InfoClave, salí después de las 4:15 pm, una apuesta arriesgada en un mundo que entraba en el régimen circulatorio de los pares y nones con cierres tempranos. Llego a las 4:45 y me percato de que la fila es más larga que la vez anterior que me tiré la misión. Llevo guantes rojos de fregar, un abrigo anaranjado color dron de carretera, debidamente encapuchado con gafas de soldador sobre mis espejuelos y mascarilla de Walgreens de las cuales me quedan una docena que tenía guardadas para poder sobrevivir a alguna limpieza doméstica con mi frecuente alergia nasal. Parezco un escalador del Monte Everest más que un cuarentenado bumer-vulnerable en tiempos de pandemia. Me coloco resignado detrás de una señora con mascarilla y aspecto de haber luchado mucho en la vida. Ella era la número cuarenta en la fila y yo el 41, pero enseguida se vira y me espeta:
-Yo soy la última en la fila y me dijeron que nadie después de mí puede entrar
-¿Cómo es?
-Que no puede entrar nadie más y me dijeron que se lo dijera al que llegara.
-Ah sí, pues eso que venga un empleado y me lo diga a mí, ¿Qué se creen esta gente? Poner a los clientes a dar órdenes a los demás, aquí me quedo yo y que me lo digan a mí-, digo como esos viejos cascarrabias que Alex el de la conferencia de prensa parece que detesta.
Mientras tanto, llegan a la fila más clientes, ya somos como 45 incluyendo a nosotros cuatro “ilegales”.
Aparece entonces el empleado – uno que nunca había visto- junto con el empleado de seguridad que normalmente está dentro velando que la gente no se tumbe limones y jabones.
-Oigame usted se tiene que ir, no puede entrar porque la señora aquí es la última, me dice muy serio con actitud de guardia plantón.
-Mira déjame decirte una cosa, aquí tú no puedes tener a los clientes dando órdenes a otros ni cuando es que cierra la fila ni nada de eso, tiene que haber un empleado con autoridad que le avise eso a la gente y yo hace rato estoy aqui en fila, ese letrero dice que cierran a las 6pm y son las 4:52 pm así que mire a ver que van a hacer, le digo con actitud de doctor Shopper a punto de perder la paciencia.
-Bueno pero yo no soy autoridad, la autoridad es la policía, yo no soy empleado tampoco, trabajo en Red Lobster, pero estoy aquí ayudando, bueno me pagan también me busco algo..
-Mira lo que tienen que hacer es poner un empleado en la fila y este le dice al que llegue que nadie más entra a la fila y pongan una valla, pero tiene que haber un empleado todo el tiempo aquí, porque ya nosotros estamos en la fila, le digo con actitud de gerente.
-Pero nosotros estábamos aquí ahora mismo -dice el otro- usted acaba de llegar ahora.
-Pues no!, llevo un rato aquí y ustedes dejan a la señora como policía, y estos de atrás, ¿acaso llegaron conmigo?..han ido llegando..
El irregular de Red Lobster entonces saca pecho y me dice: -A usted lo va a arrestar la Policía, ¿Usted no sabe que esto es ley marcial? Lo van a meter preso y la multa es de cinco mil
-Que qué jajaja ley marcial? Ahora me salvé yo! (en eso llamé a mi esposa para que escuchara el sainete) pero tú eres loco, que es lo que estoy violando y quién me va a arrestar? ¿Tú?!
-No estás guardando distancia, eso viola la ley, me dice como resbalando por la tangente.
-Mira chico el que no estás guardando distancia eres tú, que te estás pegando mucho, sepárate..y no vengas a meterme miedo con eso de ley marcial que yo soy abogado y conozco mis derechos.
-Ah y mi abuelo es el fundador de la Unión federal
-¿La unión qué?
-Sí, la unión federal, él es el jefe allí usted conoce a Gumersindo Sierra?
-Pues no, pero te felicito.. Mira mano yo sé que tú estas tratando de ayudar pero nosotros ya estamos en la fila, vamos a bregar con eso, le digo tirando el cambio de velocidad de la dureza a la diplomacia.
El chamaco de Red Lobster, finalmente exhausto luego de semejante debate con el abominable hombre de las nieves me dice: -bueno pue’ está bien, vamos a ver..yo voy a abogar allá por ustedes cuatro pero de ahí en fuera no entra más nadie se pueden quedar ahí pero no les garantizo nada. Mientras, su compañero, que se había ido frustrado, regresa refunfuñando con tres drones color chinita como mi sweater y los coloca detrás del cliente 45 en la fila.
El chamaco de atrás me mira como diciendo “yes! nos apuntamos una”, la señora de alante, policía involuntaria pero cumplidora me mira con algo de recelo. La fila tarda como media hora más
Los clientes, el 95% enmascarillados, vamos haciendo movimientos parecidos a los gatos antes de pelear o a los boxeadores que se estudian en el primer asalto, si el muchacho detrás de mí se pega demasiado, rompo la fila buscando distancia de los seis pies, la otra busca su posición y así nos vamos evadiendo sin necesidad de regaños ni recriminaciones entre ciudadanos cuarentenados. Entran finalmente hasta el 39 y queda la señora en turno y yo segundo. Miro atrás y veo que otros quince nuevos clientes han entrado en la fila. Me preparo para un asalto final si me paran en la puerta desoyendo la recomendación del hombre de Red Lobster, reflexiono si sería conveniente decirle a una gerente que será la última vez que piso ese supermercado, etc etc, porque a decir verdad, es el más cerca de casa y al cual puedo llegar a pie y sin pares ni nones. Se abre la puerta y entramos todos triunfantes sin resistencia, todo una conquista consumidora de la cual Dr. Shopper hubiera se hubiese sentido orgulloso.
Así que luego de semejante aventura, con todo el protocolo de llegada, la desinfección, todo este ritual de ciencia ficción y de apocalipsis bacteriológica, en este caso virológica, si tal palabra existe, sumado a la noche de juerga de café teatro, me ha dejado exhausto y son las 9:29 am cuando escucho el estruendo horrible, semejante a las trompetas de los ángeles exterminadores de Jehová de las alucinaciones psilosibínicas del travieso Juan, de las que tumbaron los muros de Jericó, con 50,000 decibeles más que la tumbacoco más poderosa del alcalde más bichoteao de la ínsula, caigo sentado en la cama de un brinco con el corazón agitado, hablan, ¡Gritan! De quedarse en casa, que si la Guardia Nacional, un merengue bomba aterrador con un coro de algo de coronavirus, Tito el Bambino diciendo que me quede en mi casa, que anda con sus hermanos de la Guardia, que él sabe que es difícil estar en la casa sin hacer na, así mismito dijo, nosotros que nos pasamos escribiendo todo el día, vigilando la pandemia en todo el mundo y por todo Puerto Rico, con más antenas que la Organización Mundial de la Salud, montando un portal de noticias y vainas, publicando información, analizando todo, cómo que nada Tito… Pienso que es una grabación, supongo que lo es, y digo que si pasa de nuevo tal vez le zumbo con un huevo o una piedra, no es posible que pasen dos veces con ese escándalo, pienso en los viejitos enfermos, los nenes nerviosos, el susto que les habrán dado con esos cien mil decibeles, no es hasta horas después que me entero que era una caravana de la Guardia Nacional, que estaba Tito el Bambino y hasta la gobernadora Wanda en ese revolú de la tumbacoco.
El día transcurre con sus rutinas, escribiendo, investigando leyendo, persiguiendo al covid-19 que a su vez nos persigue a todos, aunque ya por la tarde el panorama se complica, un pastor, amparado en las excepciones religiosas dominicales, aprovecha para estacionar su carro con altavoces en algún punto del vecindario y rompe a predicar con ritmo acelerado, con respiración jadeante, por suerte no logro escuchar exactamente sus palabras pero obviamente repite mucho aleluya, jehová, por suerte mi vecino, con la mejor colección de música grabada en vivo, especializado en las orquestas neoyorquinas de los 50 a los 70, desde el mambo a latin jazz, Machito y Graciela, Palmieri, Tito Rodríguez, mete tremenda descarga con Tito Puente en vivo, el Rey del Timbal, On Broadway, en competencia furiosa con el pastor delirante, que todavía se escucha pero se asemeja ahora al ritmo de mi hermano Norman H narrando la recta final de las carreras de caballo, hoy que es domingo, pero el pastor no baja, no respira, se mantiene como si los cien metros finales no acabaran nunca con Cristo a punto de llegar a la meta pero no llega, ganando por medio cuerpo a Aleluya y Alábalo en tercer lugar, mientras Tito Puente reparte palos y su bandón ruge y mi vecino agita a los músicos fantasmagóricos-¡Rompe ahora Tito, come come! Echa Mario Rivera! Y mientras nosotros escribimos, Laura y yo, vemos la tele, las noticias, seguimos escribiendo y finalmente el pastor se cansa, puede haber sufrido una trombosis, el vecino pone una musiquita más suave, la trompeta asordinada de Miles Davis y el crepúsculo se apodera de la laguna.
Sigo haciendo cálculos sobre los casos del Covid-19, nos maravillamos de que hemos publicado la información que nadie más había divulgado, sobre la nueva tendencia, de mejores augurios, según la cual el ritmo de la epidemia iba subiendo pero más lentamente, su paso menos arrollador, fortaleciendo la posibilidad de que tengamos suficientes recursos y equipos para proteger a muchos enfermos y no caer en el infierno pandémico en el que muchos más moriríamos sin remedio. Los expertos que asesoran al Gobierno confirman la información esperanzadora que hemos divulgado en nuestro modesto portal recién nacido.
Wanda, la gobernadora que gobierna con el ímpetu y el estilo de una directora escolar, transforma el momento esperanzador en otro lío al anunciar el cierre de supermercados y colmados por tres días en la Semana Santa, augurando una estampida de ciudadanos en los supermercados de lunes a jueves en sus carros pares o nones, compartiendo catarros comunes y el Covid-19 mismo, por desgracia, en filas demenciales bajo el sol. Mientras tanto, los leves pero inquietantes dolores de garganta y algún escalofrío nocturno, con amagos de catarro de los días pasados se han ido y eso nos hace un poco más felices. Mañana no hay que salir y además mi tablilla es none, mañana es otro día, no de hacer na, como dice el bambino, sino de hacer mucho.